Recientemente, he tenido la oportunidad de leer un reportaje en @el_pais que destacaba cómo el acceso ilimitado a dispositivos móviles ha sumergido a la infancia en nuevas formas de acoso, abuso y violencia digital. Esto me hizo recordar una idea que siempre he defendido: nuestros hijos no son nativos digitales, son huérfanos digitales.

En escuelas, se presenta una situación cada vez más frecuente a jóvenes de 1º de la ESO: una chica y un chico, ambos de 12 años, comparten fotos íntimas. Al finalizar su relación, el joven comparte esas fotos sin el consentimiento de la chica, provocando situaciones de ciberacoso. Sorprendentemente, algunos jóvenes ven en estos actos una oportunidad de ganar fama y dinero, si las fotos consiguen suficientes “likes”.

Agravando el problema, plataformas como TikTok e Instagram identifican y explotan las vulnerabilidades de los jóvenes, ofreciéndoles contenidos que difícilmente rechazarían. El algoritmo de estas redes se alimenta de lo que retiene la atención del usuario, y en un preadolescente, estas prácticas pueden dejar una marca difícil de borrar. Este comportamiento se ve intensificado por la necesidad adolescente de reconocimiento grupal, lo que hace que muchos prioricen las reacciones de sus pares sobre la ética y la lógica.

Otros hallazgos inquietantes incluyen:

  • Un estudio en España encontró que el 20% de los jóvenes comienzan a consumir pornografía a los 8 años.
  • Plataformas como Omegle, inicialmente creadas para facilitar conversaciones aleatorias, se han convertido en espacios para adultos con malas intenciones.

Más información: https://www.linkedin.com/pulse/infancia-y-mundo-digital-el-aumento-de-acoso-abuso-en-anna-plans/?utm_source=share&utm_medium=member_android&utm_campaign=share_via